domingo, 11 de julio de 2010

La profecia del pulpo Paul

Hay dos formas de hacer predicciones. Una, la que tiene alguna base científica, basada normalmente en la estadística, en la física o en las matemáticas, que se aplica tanto a fenómenos naturales (si lloverá o hará sol, qué posibilidades de terremoto existen) como a fenómenos sociales o económicos (cuánto subirá el PIB, quién ganará las elecciones). Las predicciones de base científica, como todos sabemos, no están libres de fallos.

La del pulpo
Otra forma de prever se basa en las capacidades anticipatorias de que gozan o parecen gozar algunos individuos, tanto de la especie humana, los llamados videntes, como de otras especies. A su vez, éstos últimos se dividen en desafortunados (aquellos cuya capacidad adivinatoria pasaba por que los arúspices examinaran sus entrañas, y por tanto, adivinar les costaba la vida) y más afortunados, como los pájaros a los que les bastaba volar para ser auspiciosos o inauspiciosos, o, más recientemente, la marmota Phil que todos los 2 de febrero en Punxsutawnie predice si se adelanta la primavera o no. Como los científicos, hasta ahora los videntes humanos y los animales, vivos o muertos, unas veces acertaban y otras se equivocaban.
Desde la aparición del pulpo Paul, inglés de nacimiento, pero residente en Alemania, en el acuario de Oberhausen, las cosas han cambiado radicalmente. Paul ha acertado todas sus previsiones hasta ahora referidas a los resultados de Alemania. Y se ha salido de su hábitat predictivo natural, la selección germana, para pronosticar igualmente que esta noche La Roja vestida de azul se comerá la Naranja con piel y todo.
¿Por qué creemos a Paul? No por la conocida inteligencia de estos cefalópodos, a pesar de que está demostrado que son los invertebrados más inteligentes, observadores y capaces de aprender. Tampoco por su corazón, aunque los pulpos tienen tres por falta de uno, ya que más que por España (o antes por Serbia) cabe suponer que latirá (o latirán) por Alemania, que es quien le da de comer los famosos mejillones, como demostró cuando la selección de Joachim Löw se enfrentó a la de su país de origen, Inglaterra.
No. Creemos a Paul porque queremos, más bien necesitamos, creer en él. Porque los sueños se alimentan de ingredientes racionales (lo buenos que son nuestros chicos jugando al fútbol) pero también de ingredientes irracionales, sean eso que Valdano llama las sensaciones, es decir el pálpito de la victoria, sean vaticinios como los de Paul, perfectamente esotéricos e inexplicables, de cuya condición esotérica deriva justamente su capacidad de convicción.
Estamos viviendo una emocionante ceremonia de reconocimiento colectivo: los españoles -después de tanto tiempo de mirarnos de soslayo- nos miramos de frente y felices de proclamarnos españoles a secas. Este momento mítico requiere su rito. Y el oficiante esotérico ha tocado que sea Paul, pulpo, inglés, e inmigrante en Alemania, por más señas. Si le creemos, no hay más razón que la de que no hay ninguna razón para hacerlo.
Hasta ahora. Porque resulta que un especialista en especies marinas, Luis Laria, nos acaba de brindar una explicación "científica". Según él, Paul elige siempre al país cuya bandera tenga mayor vistosidad cromática, más predominio del rojo. Esto vale para casi todos los casos (me parece más dudoso el caso de Serbia, que no tiene más rojo en la bandera que Alemania) y, desde luego valdría para el de esta noche.
Pero no. Paul ha dado su veredicto porque sabe lo que dice. Y es que nadie nos ha contado que, al caer la noche, cuando se apagan las luces del Sea Life de Oberhausen, Paul se reúne con otros pulpos, todos tan listos como él, y viendo el juego de nuestra Selección se quedan extasiados. Ya lo hemos dicho: los pulpos son muy observadores.
J. I. Wert es sociólogo y presidente de Inspire Consultores.

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